miércoles, 7 de diciembre de 2011

La Europa de la Unión

Muy agoreras son gran parte de las noticias que en las últimas semanas publican los periódicos, especialmente los económicos. Para el ciudadano de a pie el fin del euro es una incógnita más para la que las repuestas son, mayoritariamente, vacías. 
Igual que la única ventaja que encontrábamos a la creación del euro fue el poder viajar por Europa sin necesidad de comprar monedas extranjeras, el único miedo que ahora tenemos los que no sabemos gran cosa de economía es retornar a la peseta sin que los precios bajen.


Al fin y al cabo, eso es lo que hemos vivido con el euro: un incremento de más del 50% en muchos de los productos consumidos habitualmente (aún recuerdo cuando salir de fiesta con mil duros significaba ser el amo, y el que sale ahora con 50 euros apenas aguanta -económicamente- hasta las 3 de la mañana).


Nos dijeron que el euro serviría para unir Europa ante el resto del mundo, para hacernos fuertes ante la superpotencia estadounidense, que la competitividad sería más feroz gracias a la eliminación de barreras monetarias y que la multicultura siempre favorece la tolerancia. Quizás alguien debería haberse planteado más en serio los inconvenientes de juguetear con la economía familiar de tantos millones de personas que, tras haber sufrido los problemas inflacionarios inherentes al euro, ahora ven cómo los políticos europeos entran en una lucha de egos para ver qué país está peor y quién tiene más capaz de decisión en Europa.


¿El resultado? Grecia y Portugal al borde de la quiebra, Italia y España en el punto de mira, Alemania y Francia dando lecciones de economía mientras deberían cerrar la boca a causa de su deuda, los países del Norte echando la culpa al hecho de haber admitido a los países mediterráneos en la UE, Estados Unidos aprovechando el tirón para atacar políticamente a Europa gracias a las desgracias del euro y, para más inri, la brecha entre ricos y pobres más alta que en los años ´80.


Precariedad laboral, reducción de derechos sociales, disminución del poder adquisitivo del ciudadano medio, Ministras de Trabajo llorando a causa de las medidas que adopta su Gobierno,  Primeros Ministros a los que se tacha de locos por querer saber la opinión de su pueblo, la Merkozincrasia imponiéndose en Europa y decenas de expertos echándose las manos a la cabeza porque cómo es posible que nadie pensase en las consecuencias negativas de la unión monetaria.


Me niego a creer que a nadie se le ocurriese pensar hace veinte años que Maastricht no era buena idea. En España hay muchos detractores de la unión estatal que se llevó a cabo con la Transición. En Bélgica, han estado un año sin Gobierno porque el norte dice estar harto de subvencionar al sur del país. En Italia tienen Gobierno, pero la situación norte-sur es la misma que en Bélgica. En Inglaterra -el país con la moneda más fuerte de Europa- pasaron olímpicamente desde el momento cero de formar parte del euro. Y así, hasta 27 posturas que denotan los problemas internos de los 27.


Ahora, dejo un espacio abierto a la reflexión: si, por lo general, no nos queremos ayudar ni dentro de nuestras fronteras, ¿cómo es posible que los expertos y la élite política de Europa no pudieran pensar a tiempo que estaban metiendo los pies de todos los europeos en el barro?
La respuesta venga, quizás, dada por la noticia publicada hoy en El País acerca de las diferencias entre ricos y pobres: hubo unos pocos que se beneficiaron de la unión, y ahora ya son lo suficientemente millonarios como para no preocuparse por la crisis del euro







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