martes, 17 de abril de 2012

YPF para los argentinos

Una vez estaba en clase de Historia del Periodismo Español, y en un arranque anecdótico, la profesora nos contó una pequeña historia que a mi, personalmente, me hizo mucha gracia. Hablaba de un viaje que hizo a Israel en el que un israelita le dijo: "Yo soy de los judíos que echasteis de España". Hacía referencia al siglo XV, exactamente al año 1492, en el que los Reyes Católicos decidieron que España era un país católico y no había cabida para otras religiones, por lo que los musulmanes y judíos tenían dos opciones: convertirse al catolicismo, o irse de la península. Mi profesora, muy fina ella, contestó al judío en cuestión: "Pues sí que se conserva usted bien".


Ni esa profesora echó a nadie de la península Ibérica en 1492 por no ser católico, ni contribuyó a esquilmar los pueblos indígenas de América Latina a partir de esa fecha, ni robó el oro de Perú, Colombia o México, ni evangelizó Brasil, Venezuela o Ecuador. Todas estas cosas las hicieron españoles, pero no fue ni mi profesora de Historia del Periodismo Universal, ni Zapatero, ni Rajoy, ni mis padres, ni yo. Ni siquiera fue Antonio Brufau, actual presidente de Repsol.


Pedir perdón por las injusticias cometidas hace siglos nunca está de más, y así como Alemania hubo de disculparse por el holocausto que Hitler llevó a cabo, España debería pedir perdón por el saqueo que comenzaron los Reyes Católicos. Y la mejor forma de pedir perdón por injusticias cometidas es no repetir los errores del pasado. 


Igual que resulta anacrónico hablar del imperialismo español, es anacrónico que una empresa española se lucre gracias a las reservas naturales de Argentina, especialmente cuando el país latinoamericano debe importar petróleo porque YPF ha decidido agotar las reservas y no investigar nuevos puntos de extracción.

Cierto es que cuando se "desnacionalizó" YPF en 1998, esta empresa estaba moribunda, y fue Repsol la encargada de reflotarla y hacer de ella una compañía beneficiosa, pero es igual de cierto que actualmente YPF es una empresa que se mueve bajo las directrices de Respsol sin pensar en el beneficio que pueda suponer para Argentina, y teniendo en cuenta que se circunscribe dentro de sus fronteras, es harto entendible la postura de la presidenta.

La expropiación de YPF a Repsol por parte de Cristina Fernández Kirchner viene en el peor momento posibe para España, ya que independientemente de la crisis política y diplomática que pueda suponer, es un varapalo para nuestra economía. Al menos, ese es el argumento que esgrimen los detractores de la presidenta, los arduos neoliberales que solo pueden pensar en el libre mercado transfronterizo. Ahora mismo, pasadas las 13: 30 horas, el Ibex 35 ha subido un 0,71% y la prima de riesgo ha bajado 22 puntos básicos -exactamente un 5,23%-, así que ese argumento, por el momento, es absolutamente inválido.

Puede que Argentina, respecto a YPF, haya sido del todo oportunista: "cuando hay una empresa nacional que va mal la vendo, y cuando esa empresa va bien la vuelvo a nacionalizar". Puede también que la postura argentina haya sido de sentido común: "cuando hay una empresa que va mal la vendo, porque eso estimulará mi economía, y cuando el propietario de esa empresa piensa mucho más en su beneficio propio que en el de mi país, y mi país sale perjudicado, la nacionalizo".

Puede que no sea muy ducha en el tema como para opinar, puede que me falten datos o conocimientos sobre el tema, pero he de reconocer que aun siendo consciente de lo negativo de la situación, no veo tan descabellada la nacionalización de YPF por parte de Argentina. Al fin y al cabo, igual que Antonio Brufau mira para los intereses la empresa que dirige, Cristina Fernández Kirchner mira para los intereses del país que dirige.

lunes, 9 de abril de 2012

"El principal enemigo de la iglesia católica es la ignorancia"

Con estas contundentes palabras comenzó su misa el obispo de la diócesis de Alcalá, Juan Antonio Reig Plá, el pasado Viernes Santo, 6 de abril de 2011. Por esta vez voy a dar la razón a monseñor, con la salvedad de que esta frase debería aplicársela a él mismo, puesto que no hay nada más ignominioso -e ignorante- que hablar sobre lo que no se sabe, y de eso la Iglesia católica sabe mucho. Y no es que lo diga yo, es que aquellos que juran votos de castidad se atreven a dar lecciones sobre familia y buenos hábitos en el hogar.


Respecto a la fe y a las doctrinas de la Iglesia no voy a decir nada, pues creo que lo más importante de moralidad del siglo XXI debe ser el respeto, respeto que, por contra, los mandamases de una religión que predica solidaridad, ayuda al prójimo y comprensión para con otros no se deciden por llevar a cabo. Sin embargo, no dudo en censurar los juicios sentenciosos de prelados que, lejos de seguir la pacificación que propugnaba su mesías Jesucristo, abogan por la marginación de determinados sectores sociales y apologizan su vergüenza.


Recuerdo cuando Benedicto XVI visitó España con motivo de las JMJ, este pasado verano. Recuerdo cuando, entre otras cosas, criticó leyes españolas dentro de nuestras propias fronteras, como la Ley del aborto o la Ley del matrimonio homosexual. Quizás me falla la memoria, pero lo que no recuerdo es que otro Jefe de Estado haya visitado nuestro país y se haya dedicado a criticar nuestras leyes públicamente, creía que ese silencio respecto a la discordancia de opiniones era fruto de la diplomacia -o quizás de los buenos modales-. Sea como fuere, y aunque me resulte chocante una actitud tan perversa, no es de Ratzinger de quien quiero hablar.


De quien quiero hablar es de Juan Antonio Reig Plá, y lo que quiero criticar no es lo que dice, sino la impunidad de la que goza. Cierto es que me parece aberrante el trato que toma para con los homosexuales, cierto es que me parece fruto de una ignorancia suprema -y de una moralidad indecente- que una persona que financia la vivienda de un pederasta diga que un homosexual vaya a ir al infierno simplemente por serlo, pero lo que más me llama la atención de todo el revuelo que ha levantado monseñor es que no se repruebe la mentira, la falacia y el embuste atroz.


Una persona que se supone casta, pura, alejada de toda relación con el pecado, ¿cómo puede saber que los homosexuales son homosexuales porque son llevados por "ciertas ideologías"? ¿Cómo puede saber que los homosexuales, "para comprobarlo, se corrompen o se prostituyen, o van a clubs de hombres nocturnos"? ¿Cómo puede Reig Plá contrastar tales afirmaciones? En caso de no poder contrastarlas, ¿no supone delito que una persona pública haga declaraciones públicas falsas? ¿Acaso por ser obispo se obtiene amnistía en la mentira? Porque no es por ser quisquillosa, pero me atrevo a afirmar que a clubs nocturnos van muchos más hombres heterosexuales que homosexuales, algunos de los cuales se consideran católicos en su vida pública. Y yendo más allá, me atrevo a afirmar que hay personas -que yo conozco- que se autodefinen como homosexuales, católicos y de derechas, por lo que me pregunto: ¿cuáles son esas "ideologías" que les inducen al vicio y la perversión de amar a otras personas?


Pero más allá de las mentiras que libremente expresa Reig Plá, habría que reflexionar acerca del contenido de su discurso, y de la hipocresía inherente a él. Para avalar sus palabras respecto a la homosexualidad, el obispo de Alcalá remite a sus fieles a la Biblia, a la Carta a los Corintios 6:9, en la que se detalla que "ni los afeminados, ni los pervertidos" heredarán el Reino de Dios (es decir, que irán al Infierno). Lo que me parece hipócrita es que se sigan las directrices de un escrito que tiene más de 2.000 años a pies juntillas, sin revisionismo alguno para según qué temas. Igual que Juan Pablo II tuvo que aceptar que la teoría de la Evolución es "más que una hipótesis" y que el darwinismo es compatible con el catolicismo, por mucho que la Biblia hable tajantemente de la Creación, es el momento de que la Iglesia acepte que la homosexualidad ni es una mala conducta, ni una enfermedad, sino una opción sexual igualmente digna que la heterosexualidad.


Mario Vargas Llosa, en su artículo de ayer en El País, que trata sobre la muerte del chileno activista homosexual Daniel Zamudio a mano de cuatro "neonazis" chilenos, dice que este crimen no es un hecho aislado de cuatro "neonazis" chilenos, sino que la homosexualidad [como algo raro, castigable, marginable y horroroso] "se enseña en las escuelas, se contagia en el seno de las familias, se predica en los púlpitos, se difunde en los medios de comunicación"... Y no le falta razón, puesto que como ejemplo encontramos la homilía del obispo de Alcalá del pasado Viernes Santo.


El Catolicismo siempre me ha parecido la doctrina de la solidaridad, de la ayuda al prójimo, de la condescendencia con el desvalido, del perdón; y quizás por eso siempre he sido muy tolerante con los que profesan su fe, a pesar de abominar de su cúpula eclesiástica. Sin embargo, mi simpatía hacia ellos muere cada vez que escucho discursos que incitan a la violencia contra los que ellos no consideran "normales", cada vez que hacen apología de la intolernacia, cada vez que dan lecciones amorales de moralidad.